miércoles, enero 27, 2010

UNIONES LESBICAS: CONSECUENCIAS

Firmado por Juan Meseguer Velasco ACEPRENSA
Fecha: 11 Enero 2010
Lisa Miller y Janet Jenkins se conocieron en 1997. Poco tiempo después, Miller dejó su casa de Virginia y se fue a vivir con Jenkins. A finales de 2000 viajaron a Vermont, donde se acababan de legalizar las uniones civiles entre personas del mismo sexo, para establecer la suya. Compraron una casa y se instalaron en ese estado.
En 2002 Miller concibió por inseminación artificial y dio a luz a una niña, Isabella, que ahora tiene 7 años. Un año y medio después, Miller se separó de Jenkins, abandonó la práctica homosexual y entró a formar parte de un grupo evangélico.



Como en Virginia no eran legales las uniones civiles entre homosexuales, Miller consiguió sin problemas la custodia exclusiva de su hija. Pero entonces Jenkins recurrió a un tribunal de Vermont, amparándose en la ley de uniones civiles de ese estado.
El juez concedió generosos derechos de visita a Jenkins. A partir de ese momento, comenzó una batalla legal que ha involucrado ya a varios tribunales de ambos estados, a los medios de comunicación y a diversos grupos de presión.
Miller comenzó a poner trabas a las visitas de Jenkins, pues estaba convencida de que a su hija Isabella no le hacían ningún bien. De hecho, en 2007 denunció a su ex pareja por abusar de la niña. Pero los servicios de protección de menores de Virginia consideraron infundadas las acusaciones.
Durante los últimos meses, la tensión ha ido en aumento. El pasado 20 de noviembre, un tribunal de Vermont decidió dar la custodia exclusiva a Jenkins. La niña debía ser entregada el 1 de enero, pero Miller no apareció. Ahora está con su hija en paradero desconocido.
Piénsatelo dos veces
A estas alturas, el caso tiene difícil solución. Una cosa está clara: a la pequeña Isabella le ha tocado pagar los platos rotos. Los tribunales implicados dicen que quieren guiarse por el interés de la menor, pero lo cierto es que este criterio puede servir para defender tanto una cosa como la contraria.
Para Maggie Gallagher, presidenta de la National Organization for Marriage, este drama debería servir al menos para aprender una lección: “No establezcas una unión civil con alguien al que no quieras dar los derechos legales sobre tus hijos”, dice en declaraciones a Catholic News Agency
“Y no confíes demasiado en el criterio del ‘mejor interés del menor’. Porque si ese interés entra en conflicto con las normas de última moda, ten por seguro que a los tribunales no les importará qué es lo mejor para tu hijo”.
De hecho, en Estados Unidos fue muy polémica la sentencia que dictó el pasado 6 de octubre el Tribunal Supremo de Montana, en la que reconocía derechos parentales a una lesbiana sobre los hijos adoptados por su ex pareja.
Barbara Maniaci adoptó a un niño y a una niña mientras convivía con Michelle Kulstad. Las dos cuidaron de ellos hasta que se separaron en 2006. Tras la ruptura, Kulstad exigió seguir viendo a los niños, cosa a la que no estaba dispuesta Maniaci.
Kulstad pidió entonces ayuda a la American Civil Liberties Union (ACLU), la misma organización cuyos servicios jurídicos defienden también ahora a Janet Jenkins. Su principal argumento fue que se debían tener en cuenta los derechos de los niños y no sólo los de su ex pareja.
En 2008, un tribunal de Montana reconoció el derecho de visita a Kulstad. Pero Maniaci, que se casó con un hombre tras dejar la práctica homosexual, recurrió al Tribunal Supremo de ese estado alegando que quería educar a sus hijos en la forma en que ella y su marido veían correcta.
El Tribunal Supremo de Montana rechazó el recurso de Maniaci y ratificó el argumento del juez inferior, quien consideraba que Kulstad tenía derechos parentales sobre los niños por haber establecido con ellos una relación materno-filial.

martes, enero 19, 2010

OVARIOS DESTRUIDOS: EL FRACASO DE LOS ANTICONCEPTIVOS

Joan Robinson

martes, 12 de enero de 2010


La doctora Bonnie Dunbar, una de las principales investigadoras en el campo de la anticoncepción, abandonó recientemente 30 años de trabajo en el desarrollo de una vacuna anticonceptiva, porque descubrió que el cuerpo femenino se rehúsa a ir en contra de su propia reproducción. La ciencia, una vez más, confirma la fuerza inalterable del diseño físico femenino.


Ya sea en la China rural, en la sabana africana o en el Occidente citadino, los cuerpos de las mujeres, y específicamente su capacidad reproductiva, son objeto de múltiples ataques. Píldoras, parches e implantes hormonales, espermicidas, etcétera, son intentos para detener el sistema de la mujer en una de sus capacidades más perfectas e integrales: darle la existencia a un ser humano, y por ende, continuar su especie.
Los anticonceptivos son, a fin de cuentas, una introducción invasiva de material extraño en el cuerpo de la mujer, que anula el proceso reproductivo natural. Lo que la doctora Bonnie Dunbar esperó desarrollar era una vacuna que podría engañar al sistema inmunológico femenino. Una forma de lucha contra las células reproductivas como si éstas fueran un virus. La vacuna era un intento insidioso de hacer que el cuerpo considerara el embarazo como una enfermedad.

La motivación detrás de su investigación sobre los anticonceptivos fue, como es lógico, el control de la población. “He pasado más de 20 años desarrollando vacunas, vacunas anticonceptivas”, explicó la doctora, “porque en mi juventud tuve una visión de que, tal vez, podríamos ayudar al problema de la población mundial y darles a las mujeres una opción para el control de la natalidad que no fuera invasiva a nuestras hormonas o a nuestros sistemas, o que tuvieran los efectos colaterales que ahora vemos en muchos métodos anticonceptivos”.

Se supone que ella esperaba que la inmunidad de la vacuna al embarazo durara varios años al menos y así resultaría un control de población más eficaz en las naciones en desarrollo.
En la mentalidad de los promotores del control natal, la píldora u otros métodos anticonceptivos requieren demasiada participación y disciplina de la mujer para ser efectivos. En esos métodos de corta duración y uso repetitivo (diario en el caso de las píldoras) la tasa de deserción y falla de uso son altísimas. Por supuesto es algo que nunca se molestan en decir en público.

Entre los muchos éxitos de su larga y brillante carrera, la doctora Dunbar formó parte de la plantilla de científicos de la Fundación “Harbor Branch” de la Universidad Atlántica de Florida, del Smithsonian Institution y, no nos sorprende en lo más mínimo, del Population Council, digamos, la “Universidad” de Rockefeller.
Ha recibido condecoraciones por sus décadas de trabajo en las vacunas anticonceptivas y en el año 1994 fue premiada por la National Institute of Health (el instituto encargado de la salud pública en EU) como la “First Margaret Pittman Lecturer” (Primera Catedrática Margaret Pittman). Ella es un miembro fundador de “The Africa Biomedical Center” (Centro Biomédico de Africa) en Kenia, donde actualmente vive.
A través de los años, la doctora Dunbar ha asesorado a la Organización Mundial de la Salud y a la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID, por sus siglas en inglés) en muchos proyectos de países en desarrollo, incluyendo China, India, América del Sur y África. (No es coincidencia que todas estas regiones son objetivos principales para los programas de control de población de las Naciones Unidas).

Tuve el placer de conocer a la doctora Dunbar recientemente en la IV Conferencia Pública Internacional sobre la Vacunación. Ella vino de Kenia para presentar los resultados de su fallida investigación de la vacuna y hacer un llamamiento sorprendente para una reorientación de fondos, apartados al VIH/SIDA y la investigación de la vacuna anticonceptiva, a las necesidades primarias de salud de los africanos y, por supuesto, a la reducción de la población.

Cuando empezó como estudiante de posgrado a desarrollar una vacuna anticonceptiva, se dio cuenta de que muchas mujeres infértiles tenían anticuerpos hacia su propia zona pelúcida. (La zona pelúcida es la glicoproteína que rodea el óvulo femenino o el huevo). Esto impedía que el esperma se uniera penetrando y fertilizando el óvulo. Esto se convirtió en la base de la hipótesis de la investigación de la doctora Dunbar.

“Por años,” explicó, “pensamos que si las mujeres eran infértiles debido a estos anticuerpos, pero por otro lado, eran perfectamente saludables, entonces esta situación se convertía en un eficaz método anticonceptivo, que evitaría la fecundación sin ser abortivo, ni tampoco interferiría con el sistema endocrino.”
Esperaba imitar este trastorno de infertilidad natural, para hacer una vacuna que desarrollaría en mujeres saludables respuesta inmunológica a sus propios óvulos. “El objetivo de nuestra vacuna era desarrollar autoinmunidad”, declaró la doctora Dunbar, así de claro y sin ninguna afectación.

La manera en que la doctora proponía generar autoinmunidad fue inyectar a sus conejos de laboratorio, no con sus propias glicoproteínas de la zona pelúcida (muy parecidas a otras proteínas del animal que realizan funciones diversas en su cuerpo, sino con las proteínas del cerdo. Estas últimas son lo suficiente extrañas para “engañar al conejo, produciendo anticuerpos en contra de sus mismas propias proteínas”.
Y fue eficaz. Estas inyecciones provocaron una respuesta autoinmune en los conejos inoculados. Sin embargo, hubo una dificultad mayor que, curiosamente, al final resultó insuperable:
“Descubrimos que cuando inmunizábamos a estos animales, les destruíamos completamente los ovarios,” admitió la doctora. “Desafortunadamente, no solamente estábamos evitando la fecundación, sino que generábamos toda una enfermedad autoinmune, también conocida como insuficiencia ovárica prematura”.

Ella probó la vacuna en varios animales, incluyendo primates, y descubrió en todos los casos que la vacuna causó una falla auto inmunológica permanente en los ovarios. Al observar las fotografías de estos ovarios devastados, completamente destruidos por el propio cuerpo femenino, la especialista tomó una decisión. Actuando con integridad, a menudo ausente en investigadores de anti-fertilidad, resolvió oponerse totalmente a cualquier desarrollo posterior de esta vacuna en seres humanos.
"Al declarar la muerte de esta vacuna para la investigación humana adicional", la doctora Dunbar declaró: "Yo seré responsable de la infelicidad de algunas personas en mi empresa de biotecnología y de algunas otras más".

Ahora esta antigua vacuna anticonceptiva está siendo desarrollada como un posible agente de esterilización no-quirúrgico para perros y gatos, y también se utiliza para seleccionar la limitada población de elefantes africanos. Y por supuesto en ello, no tenemos ninguna objeción.