lunes, agosto 02, 2010

ETS E INTERCAMBIOS DE PAREJA

Los clubs y fiestas de intercambio de pareja están de moda. Cambiar por una noche la compañía sexual sin que el cónyuge habitual se moleste parece que da morbo, como demuestra el aumento de locales que ofrecen estos servicios, tanto en España como en otros países. Sin embargo, los swingers -como se denomina a las personas heterosexuales que acuden a estos lugares- están expuestos a un riesgo: contraer alguna enfermedad de transmisión sexual(ETS).

Un equipo de investigadores holandeses ha llevado a cabo un trabajo en el que compara la prevalencia de infecciones como la clamidia, la gonorrea o el VIH en swingers y en otros grupos considerados de riesgo como el de las prostitutas o el de los hombres que tienen relaciones con otros hombres (HSH), así como en la población general. Y los resultados, que aparecen en la revista Sexually Transmitted Infections, son bastante esclarecedores. Tanto que, según los autores del trabajo, este colectivo debería empezar a formar parte cuanto antes de las campañas de prevención de este tipo de enfermedades, pues sufren ETS en la misma medida que los varones homosexuales o las trabajadoras del sexo.

La investigación se realizó entre 2007 y 2008 en tres clínicas de enfermedades de transmisión sexual en South Limburg (Países Bajos). El Servicio Público de Salud de este lugar ofrece pruebas gratuitas de detección de ETS y, desde 2007, registra sistemáticamente a aquellos pacientes que reconocen ser swingers, al igual que se hace con otros colectivos de riesgo. De las casi 9.000 consultas que se atendieron durante el año de estudio, el 12% correspondió a aficionados al intercambio de parejas con una edad media de 43 años. Así vieron que la infección por clamidia y gonorrea, medidas de forma combinada, afectó al 14% de los hombres que se acuestan con otros y después de ellos, el segundo grupo más vulnerable, fue el de los swingers.

Asimismo, el equipo destaca que la edad es un factor que juega en contra del intercambio de pareja. Mientras que la prevalencia de ETS disminuye en los heteresoxuales a medida que cumplen años y permanece estable en los colectivos de HSH y prostitutas; en el caso de los swingers, se dispara. Más de la mitad de los diagnósticos (el 55%) realizados en pacientes mayores de 45 años correspondió a personas que practicaban esta aberracion sexual del intercambio.

Sin embargo, "mientras los otros grupos, como los jóvenes y los gays son objeto de campañas preventivas y son identificados en los servicios de salud, no ocurre lo mismo con los swingers, que son un colectivo olvidado por las autoridades, a pesar de que pueden estar propagando infecciones en el resto de la población", señala Nicole Dukers-Muijrers, una de las autoras del trabajo, del departamento de enfermedades infecciosas del Servicio de Salud Pública de South Limburg.

"Los beneficios económicos de los programas de prevención y detección de ETS mejorarían si se identificara a todos los grupos de riesgo. Pero ahora mismo, hay algunos que no se tienen en cuenta", añade. Y esto, pese a que todos los datos apuntan a que el intercambio de parejas es un fenómeno en alza. Aunque no hay cifras oficiales disponibles, se estima que el número de personas que incurren en esta práctica es elevado. Una de las páginas webs más populares para los swingers señala que hay millones de individuos dispuestos a cambiar de pareja en todo el mundo. Pero ningún país los incluye en sus programas nacionales de prevención de enfermedades.

SIDA Y CAMBIOS DE PAREJA

El SIDA, enfermedad de difícil tratamiento en nuestros días y altamente contagiosa principalmente a partir de determinadas “conductas de riesgo”, es una de las epidemias más devastadoras que ha sufrido jamás la humanidad. El sida plantea ante nuestra civilización dos cuestiones fundamentales: por un lado, lo inevitable de la muerte; por otro, las limitaciones de la ciencia y de la técnica, que no tienen respuesta eficaz para todo.


Por un comprensible mecanismo psicológico, mientras existe posibilidad de curación el hombre tiende a alejar de sí la perspectiva de la muerte y basa su seguridad en la eficacia de la ciencia y de la técnica. Pero el sida confronta con la necesidad de admitir que la naturaleza plantea límites morales: es propio de la verdad de la libertad humana el asumir las consecuencias, a veces irreparables, de los propios actos; la muerte es la perspectiva vital de todos, y la ciencia y la técnica no son la panacea que lo resuelva todo. De ahí el pánico generalizado que el sida produce en nuestros días, y que plantea la necesidad de reflexionar sobre lo correcto o erróneo de algunos elementos culturales que configuran la mentalidad contemporánea.

En las sociedades desarrolladas, la enfermedad y la muerte se consideran como un fracaso del que hay que huir a como de lugar y en estas condiciones, se tiende a poner en la ciencia y la técnica toda la esperanza; pero el sida pone de manifiesto que eso no es suficiente: aunque los avances científicos y técnicos ayuden mucho a la calidad de vida y al bienestar social, tienen unos límites y no pueden anular la responsabilidad del hombre, que debe asumir las consecuencias de sus actos.

Un segundo elemento cultural es que como para este mal no existe un tratamiento curativo médico eficaz, surge la idea de que sólo puede ser combatido con medidas preventivas tendientes a lograr cambios en la conducta personal; lo cual plantea la cuestión de los valores éticos, es decir, de los criterios últimos de lo que se puede hacer y lo que no se debe hacer. Eso pone en cuestión algunos prejuicios de la cultura moderna como un ejercicio de la libertad sin restricciones ni valores, la irrelevancia social de algunos comportamientos que se llaman privados. Se piensa, erróneamente, en una libertad separada de todas las tendencias naturales, de modo que el cuerpo humano no tendría un valor moral propio, sino que el hombre sólo sería libre cuando reelabora el significado de tales tendencias según sus preferencias, imponiendo sobre las leyes de la naturaleza su propio arbitrio.

Cuando legitimamos cualquier conducta sólo por responder a la libertad entendida como mera ausencia de restricciones, la sociedad se auto-desarma, porque ha renunciado a las claves que permiten hacer un juicio sobre la ética de las conductas personales, y queda paralizada a la hora de luchar contra la raíz moral de lo que ya es una verdadera pandemia, porque sólo puede actuar contra algunas de sus manifestaciones periféricas.
Este desarme moral de la sociedad se traduce en la impotencia de los poderes públicos para actuar. El resultado inevitable de esta situación es que la enfermedad no cesa de extenderse, porque debemos respetar el fuero interno de cada persona en el tipo de tendencia que tenga y la manera como quiera plasmar el tan mal entendido principio del respeto del libre desarrollo de la personalidad.